jueves, 8 de abril de 2010

Introduccion

Fue hace muchos años. Mas de cincuenta, seguro. Demasiados para que la memoria retenga detalles.
Se que fue una tarde soleada y calurosa aquella en la que, de la mano de mi padre, descubrí el automovilismo, en el viejo circuito callejero de la avenida Siete Jefes, de la ciudad de Santa Fe.
Me resulta imposible, aunque me esfuerce, recordar el nombre de uno solo de los protagonistas de aquella carrera, pero para mis años de entonces, tan cortitos como mis pantalones, fue una vivencia inolvidable; tanto que jamás se borró el recuerdo de aquella tarde de domingo en la costanera santafesina. El sonido de los motores, el particular olor, que muchos años después supe se debía al aceite de castor mezclado con caucho quemado, el color y el vertiginoso paso de los autos permaneció para siempre en mi memoria.
Sin saberlo, mi pasión por el automovilismo había nacido. Después fue alimentada con muchas horas de radio siguiendo atentamente las carreras; con mucho diario y revistas especializadas; con muchas mañanas de domingo al borde de la ruta, esperando con un asado el paso de los autos; con mucho autódromo; con mucho taller.
Con la suerte de ver ganar a Nasif Estefano, el Califa Chico, en un circuito callejero de Alta Gracia, tras un duelo memorable con dos inolvidables de la Mecánica Nacional: Remigio Caldara y Ramón Requejo.
Con el privilegio de ser testigo de la única victoria del bueno de Emilio Bertolotto, en la Vuelta de Córdoba del 62, cuando les ganó, ni mas ni menos, a Juan y Oscar Gálvez, Carlos Menditeguy, Dante Emiliozzi, Marcos Ciani y otros de esa envergadura.
Con la sorpresa de ver ganar al Falcon de Rodolfo de Alzaga en el Pan de Azúcar, en 1965, el mismo día que “Pirin” Gradassi colocaba en el quinto puesto de la clasificación final del Turismo de Carretera su modesto Auto Unión.
Con el placer incomparable de ver al “Chino” Rodríguez Canedo dibujar con mano de seda el camino de la arisca montaña cordobesa, entre Carlos Paz y Mina Clavero, por el viejo sendero de Copina.
Con la admiración que me producía ver trabajar silenciosamente sobre los Renault 1093 en el garage de su casa a quien con los años se convertiría en el mejor, en el maestro, en el más grande de todos: Oreste Berta.
Con el deleite de ser testigo de la victoria inmensa del “Tano” Vianinni, montado en la “Garrafa” de los Belavigna, en la inauguración del autódromo Oscar Cabalen, en 1969, cuando la anemia de mis bolsillos y los de mis amigos de entonces nos obligó a «colarnos» por la noche, saltando alambrados y dormir a la intemperie, esperando la carrera.
Recuerdo los días de fiesta en que el Gran Premio transitaba el pueblo, la algarabía de la gente al paso de los autos en la Vuelta de Córdoba, de Santa Fe, de Los Cóndores, del Pan de Azúcar; el extraño placer de regresar tapados en tierra luego de alguna presentación de la Mecánica Nacional en los duros circuitos sin pavimentar de Bell Ville, Villa María, La Tablada, Marcos Juárez.
Muchos años. Demasiados para mi gusto. Muchas carreras, aunque pocas para las que me hubiese gustado ver.
En 1982, el destino me trajo a Comodoro Rivadavia. Aquí eché raíces y me quedé. En diciembre de aquel año, por primera vez, pisé el autódromo General San Martín y vi ganar a Chacho León y Ramonín Fernández, en Fiat 600 y Hot Rod, respectivamente.
Desde entonces estuve vinculado al automovilismo regional. Como espectador, primero, como periodista, después.
Mi necesidad de saber más me llevó a investigar, a buscar en el pasado las claves necesarias para entender el automovilismo que vivía. Fui descubriendo los orígenes, los momentos gloriosos y los otros, las grandes alegrías y las tristezas, el éxito de algunos y las frustraciones de otros. La esencia misma del automovilismo regional a través de su historia, rescatada de los diarios y de los testimonios de quienes fueron protagonistas.
Y sin quererlo, el archivo se fue haciendo grande. De ese archivo, hecho con paciencia y pasión, nació CORREDORES DEL VIENTO. El trabajo será incompleto, seguramente. Perfectible, sin dudas. Sería ingenuo, irrespetuoso y absurdo de mi parte, pretender que en estas páginas esté contenida la historia del automovilismo de la región. Esto es apenas una aproximación, un intento por ordenar, aunque más no sea mínimamente, las piezas de un enorme rompecabezas hasta ahora desarmado.
Con la intención, si, de seguir avanzando en la investigación. Con la esperanza de que sirva de base para que otros, con mas talento y tiempo por delante, la enriquezcan y la profundicen.
Ojala sirva para eso. Si así sucede sentiré que devolví algo, aunque sea mínimo, de lo mucho que Comodoro Rivadavia, generosamente, me regaló.

No hay comentarios:

Publicar un comentario