martes, 14 de septiembre de 2010

LOS HOMBRES DEL SUR Y EL GRAN PREMIO DE TC

El automovilismo rutero de la República Argentina, tiene una historia tan rica, que no admite comparación con ningún otro del mundo. Seguramente las páginas mas gloriosas de ese estilo de competencias comenzaron a escribirse a partir de 1937, con la creación de esa fantástica categoría que varios años después adoptaría el nombre de Turismo de Carretera. Sin embargo, mucho antes de ese momento, hombres y máquinas ya habían salido a conquistar caminos, cuando no a crearlos.
De aquellas carreras que comenzaron a disputarse a comienzos del siglo XX por los polvorientos senderos nacionales, sin dudas, la más clásica, la que mas entusiasmo despertaba, por la tremenda exigencia que significaba para fierros y huesos, era el Gran Premio.
El 24 de marzo de 1910, desde Núñez, se puso en marcha el primer Gran Premio Nacional, que pasando por Rosario, llegó hasta Córdoba y regresó al punto de partida, en dos etapas, para totalizar 1.500 km de carrera.
Siete intrépidos volantes encararon aquella aventura que al cabo de 30 horas y 42 minutos de marcha, significó una victoria de Juan Cassoulet, con un De Dion-Boutón, a un promedio de 24, 235 km/h.
Después, con mas o menos regularidad, se siguió disputando hasta 1934. Entonces inscribieron sus nombres entre los ganadores, Abel Poblet, Manuel Diez, Mariano De la Fuente, Antonio Ovide, Guillermo Burke, Angel Marelli, Juan Antonio Gaudino, Clamar Bucci, Raul Riganti, Carlos Zatuszek, Ernesto Blanco, Roberto Lozano y Emilio Karstulovic.
Pero como ni el Automóvil Club Argentino, ni aquellos románticos aventureros del volante se conformaban nunca con los desafíos que emprendían y no se andaban con chiquitas, la edición de 1935, se internacionalizó, desandando 4.485 km de camino en seis etapas.
Desde Buenos Aires hasta Mendoza, desde allí a Santiago de Chile, luego a Temuco, Neuquén, Bahía Blanca y final en Buenos Aires. Casi de fantasía.
El piloto de Zapala, Arturo Krusse (“El indio rubio”), alcanzó aquí el punto máximo de su brillante carrera automovilística al llevar a la victoria a su Plymounth.

Ricardo Rissatti y el Ford con el que corrió el Gran Premio de 1936, el primero
que pasó por Comodoro Rivadavia.
(Fotografía: Diario La Nación)

El gran desafío de la velocidad y la distancia, se ampliaría aún mas en 1936, llevando la carrera hacia el sur del país. Sería entonces que Comodoro Rivadavia viviría por primera vez la experiencia de ver en sus calles a aquellos hombres y máquinas que más que protagonistas fueron los constructores de la historia del automovilismo argentino.
Aquel Gran Premio Internacional que llevó por nombre Virginio Greco, ofreció alternativas de tanta significación que el paso de los años no pudo borrar. Quienes tomaron parte en la carrera escribieron una página soberbia, hubo episodios casi increíbles de dignidad.
Un caso: en la octava etapa, luego de salir de Comodoro Rivadavia, el puntero volcó y lo socorrió su perseguidor. Este, a su vez, convertido en líder, volcó mas adelante en el mismo tramo y el que lo seguía saldo la cuenta ayudándolo.
Los dos hombres – Raúl Riganti y Arturo Kruuse – terminaron aquel día el recorrido de 1.121 kilómetros uno al lado del otro.
La carrera tuvo siete punteros; cuatro de ellos rompieron yendo en punta. Todos despreciaron la especulación. Y hubo gente que transitó hasta 24 horas para llegar a un control. Y volver a salir con la noche cerrada, a las cuatro de la mañana del día siguiente. El autentico sacrificio de una pasión.
Lo cierto es que aquel Gran Premio se inició en Buenos Aires, para llegar a Córdoba el primer día con Pedro Orsi comandando el pelotón.


Raul Riganti y el Hudson Terraplane en Comodoro Rivadavia.
Fue en el Gran Premio de 1936.
(Fotografía: Revista Corsa)
Unas pocas horas de sueño y otra vez a la ruta, para ir a Mendoza, donde Daniel Musso era el nuevo puntero.
Un día de descanso y luego a cruzar la cordillera, hasta Santiago. Pocos kilómetros, pero muy complicados. Arturo Kruuse fue dueño del parcial pero Musso se mantenía al tope en la general.
Otro día de descanso y a viajar a Temuco, a 788 kilómetros de distancia. Risatti ganaba la etapa, Musso se atrasaba a poco del final y Carlos Arzani, un pistero nato, pasaba al frente en la general.
Después a Neuquén, por el paso de Pino Hachado y allí el puntero era Risatti, delante de Héctor Supicci Sedes y Raúl Riganti.
El domingo no hubo descanso, se corrió de Neuquén a Bariloche. Tierras áridas, soledad, arena y un camino más virtual que real. Aquel día, Arturo Kruuse, “El Indio Rubio”, gano la etapa con 14 minutos de ventaja sobre Masseti y 20 sobre Riganti. Risatti, sin embargo, mantenía el liderazgo de la general.
Bariloche y luego un camino largo, interminable, que exigió ponerse en marcha a las cuatro de la mañana para volver a Pilcaniyeu y desde allí encarar el camino hacia el final de la etapa, en Comodoro Rivadavia.
Risatti no conocía el camino y siguió al norte cuando iba primero. El desvío le costo el puesto y Kruuse fue líder desde Ñorquinco, seguido por Massetti, Angel Lo Valvo, Riganti y Supicci Sedes.
Por Esquel, Riganti avanzó al segundo puesto a tres minutos de Kruuse. En Tecka el “Indio Rubio” colocó las cosas en su lugar y le saco 14 minutos a Riganti. En Gobernador Costa, 23 minutos. Pasando Sarmiento abandono el tenaz Daniel Musso.


Daniel Musso transitando los asperos caminos cordilleranos rumbo a Esquel
durante la disputa del Gran Premio de 1936.
(Fotografía: Revista Corsa)
Poco después de las seis de la tarde, Kruuse entró a Comodoro Rivadavia por el camino que entonces pasaba junto al Matadero Municipal, hoy calle Namuncurá y mas arriba Alem.
Acumuló 14h15m11s a 65,872 km/h, aventajando por más de 29 minutos a Riganti. En la general, por la Capital Nacional del Petróleo, estaba delante de todos Kruuse con el Plymouth con 4m31s de ventaja sobre Riganti y mas de una hora y media sobre Massetti.
Aquel martes 29 de febrero de 1936, Pascual Puopolo llegó a Comodoro Rivadavia casi a medianoche, cerrando el lote de 41 autos que permanecían en carrera.
Por dos días el pueblo fue una fiesta con actividad febril en cada uno de sus talleres y cuando el Gran Premio se fue, rumbo a Bahía Blanca, los comodorenses aprisionaron la sensación de integración al resto del país a través del automovilismo.
Después vino Bahía Blanca y el final en La Plata. Antes de eso, por Tres Arroyos, el motor de Kruuse dijo basta y el Gran Premio quedó servido en bandeja para Raúl Riganti. El Gran Premio Internacional de 1936 empezaba a entrar en la historia.


El uruguayo Hector Supicci Sedes, corriendo el Gran Premio de 1936.
(Fotografía:  Revista Corsa)
Cuando en 1937 Vialidad Nacional puso trabas a la organización de carreras en ruta, para evitar los accidentes, la reglamentación dejó afuera a los verdaderos autos de carrera de entonces, que eran las baquets, y abrió el camino a la participación de los autos de paseo, dando origen a lo que con los años sería el Turismo de Carretera.
Esos nuevos autos llegaron a Comodoro Rivadavia con el Gran Premio de 1938, corrido del 10 al 20 de marzo con un recorrido de 6.224 km, pero esta vez con un atractivo extra: varios pilotos de la región largaron la carrera desde Buenos Aires. Con el Nº 10 Damián Neme, de Sarmiento, acompañado por quien en muy pocos años se convertiría en el piloto y preparador mas renombrado de la zona, Juan Bautista Fernández; con el Nº 8 Enrique Paredes, de Esquel acompañado por su hermano, con el Nº 3 Silvano Olivares con Martinez en la butaca derecha, con el 18, Italo Rafaelli acompañado por Pella, con el 50 Emilio Carbonell y con el 46 Leoncio Durandez, estos últimos de Comodoro Rivadavia, fueron los audaces que encararon aquel desafío increíble, para competir con los mas grandes de aquellos años: Héctor Supicci Sedes, Jesús Risatti, Angel Lo Valvo, Arturo Kruuse, Esteban Fernandino, Raúl Riganti y otros.
El Gran Premio se largó a las cinco de la mañana del 10 de marzo de 1938, con 54 autos en línea de partida, rumbo a General Roca. Pero todavía la lluvia podía trastocar los planes del mejor organizador y los 1163 kilómetros del primer tramo debieron desdoblarse para hacer noche en Santa Rosa y seguir al día siguiente hasta Roca.


Hector Supici Sedes, vaso en mano, al término de la etapa del Gran Premio de
1936, que finalizó en Comodoro Rivadavia.
(Fotografía: Revista Argentina Austral)
Y un comodorense fue sorpresa en los primeros tramos. Por Lujan, cinco corredores avanzaban separados por segundos a mas de 102 km/h. Daniel Musso, Ernesto Nanni, Angel Lo Valvo, Carlos Garbarino y entre ellos el sorprendente Leoncio Durandez.
En Mercedes la sorpresa crecía aun mas, Leoncio con su Ford era el puntero marchando a 126 km/h. En Chivilcoy era segundo de Jorge Rodrigo Daly. Después, de a poquito, su auto fue perdiendo rendimiento hasta quedar detenido a un costado del camino,cerca de Trenque Lauquen. Pero no fue el único, también Poroto Carbonel vió esfumarse sus posibilidades en esa primera etapa.
El resto de los patagónicos, bien. En General Roca, final de la primera etapa, Enrique Paredes conseguía un extraordinario undécimo lugar, el sarmientino Damian Name era vigésimo, Italo Rafaelli estaba en el puesto 25, y Silvano Olivares marchaba en el puesto veintisiete.
La segunda etapa, de General Roca hasta Esquel. Brava. Al final, Kruuse adelante, con Supicci Sedes en la persecución, con dos actuaciones notables, Paredes sexto en la etapa y Neme decimotercero y un abandono lamentable, el de Italo Rafaelli.
En la general, con dos etapas, Kruuse delante de todos Paredes séptimo y Damián Neme en el puesto dieciséis.


Silvano Olivares rodeado por la gente de Comodoro Rivadavia,
su ciudad, en 1938, cuando el Gran Premio corría por el sur
(Fotografía:  Revista Argentina Austral)
De Esquel, se fue a Sarmiento, solo 458 kilómetros. Hasta Gobernador Costa prevaleció Supicci, en Nueva Lubecka mandaba Kruuse y después otra sorpresa, el esquelino Enrique Paredes al frente de la etapa, aventajando a los grandes. Pero fue apenas un rato, porque debió resignarse ante el poderío de quienes lo perseguían.En Sarmiento, final de la etapa, el de Zapala dominaba la carrera con 5m52s de ventaja sobre el uruguayo Supicci Sedes y Paredes, que lograba un extraordinario tercer puesto en la etapa, ascendía al quinto puesto en la general, a 51 minutos de la punta.
El gran gusto ese día se lo dio Damian Neme que logró llegar a su pueblo ocupando el decimosexto lugar en la general, que no era poca cosa. Mas atrás, en el puesto 22, el comodorense Olivares.
Desde Sarmiento hasta San Julián, al día siguiente. Las largas rectas permitieron andar muy fuerte pero se cobraron su precio de abandonos. Allí quedaron Raúl Riganti, con el Hudson Terraplane, el rionegrino Félix Heredia, con Ford, Ignacio Pradaude y Angel Lo Valvo y allí también se retrasó Kruuse que dejo solo en la punta a Supicci Sedes que empezaba a construir ese día su victoria grande porque en la general le llevaba 43m56s a Carlos Garbarino, el nuevo segundo absoluto.


El Ford con que el comodorense José Rozas Ferre descolló en el
Gran Premio de 1942, hasta su abandono en los ultimos tramos.
(Fotografía:  Revista Argentina Austral)
Los fierros de Enrique Paredes también pasaron factura y el hombre se retrasó mucho. En contrapartida, Damian Neme ascendía al decimotercer lugar y Silvano Olivares escalaba hasta el decimoséptimo puesto.
Otro pequeño esfuerzo entre San Julián y Río Gallegos. Un episodio veloz, de apenas 396 km pero de alto promedio.
Esteban Fernandino, el hombre de Coronel Pringles ganó el tramo a mas de 102 km/h mientras se atrasaba Garbarino y terminaba la carrera para el comodorense Silvano Olivares a apenas 70 kilómteros de la largada. Neme sorprendía y se metía noveno en la etapa para mantener el puesto 13 de la general y Paredes descendía al decimocuarto lugar.
Y por fin la etapa que llegaba a Comodoro Rivadavia. Mas de 900 kilómetros casi a fondo. Aquel día fueron protagonistas, además de Supicci Sedes, Esteban Fernandino, Arturo Kruuse, Antonio Pereyra, José Pascuali y un joven de Arrecifes llamado Julio Pérez.
Todos ellos, en algún momento ganaron un parcial o estuvieron adelante. Se sucedieron las novedades: los abandonos de Rodrigo Daly, de Tadeo Tardía, de Carlos Lusso. Y un final apasionante en Comodoro Rivadavia. A las 15hs03m10s llegó Esteban Fernandino, a las 15hs03m37s arribó Arturo Kruuse y a las 15hs03m52s terminó Supicci Sedes. Observe bien, en el camino entre el primero y el tercero solo 47s de diferencia. Espectacular.


El neuquino Felix Heredia llega a Comodoro Rivadavia ganador de la etapa.
Fue en el Gran Premio de 1939. Observe la multitud presenciando la llegada.
(Fotografía:  Revista Argentina Austral)
En los tiempos ganó Supicci Sedes; Kruuse terminó a 1m45s y Fernandino a 3m18s. El Esquelino Paredes trepaba al duodécimo lugar y el sarmientito Neme se mantenía en el puesto 13.
Después a Viedma y la desazón para Damián Neme cuando cerca de General Conesa su Plymputh dijo basta y no pudo alcanzar el sueño de ver la bandera a cuadros.
Después casi nada mas, hasta La Plata, donde terminaba la carrera.
Supicci Sedes, tranquilo, noveno en la etapa, se aseguraba su primer triunfo grande transitando todo el Gran Premio en 68h49m37s a 90,436 km/h y ganándole a otros 18 corredores que lograron llegar al final del tremendo esfuerzo, entre ellos Enrique Paredes y su Ford en el decimoprimer lugar.
Con aquel Gran Premio del Sur de 1938, que recorrió toda la Patagonia argentina, quedó inaugurada la primera prueba de velocidad realizada en el país. Intervinieron, exclusivamente, autos de calle carrozados y con techo metálico, es decir, las “cupecitas”. Ese Gran Premio entró al Chubut por la cordillera. Desde el 13 hasta el 19 de marzo de 1938, desde la tercera hasta la sexta etapa del Gran Premio del Sur, Comodoro Rivadavia y la Patagonia vivieron una nueva experiencia: la joven “LU 4 Radio Comodoro Rivadavia” llevó a su audiencia todo lo que sucedía en la carrera, en lo que se convirtió en la primer transmisión automovilística de la ciudad.
Sus relatores: Ignacio Méndez y Enrique Serafín Ortiz, quienes luego continuarían por mucho tiempo cubriendo las actividades deportivas de la ciudad.
En 1939 el Gran Premio volvió al Sur, después de transitar territorio chileno, esta vez con cuatro chubutenses en la línea de partida: con el Nº 41 Aristeo Rapallini, con un Plymouth, con el 43 Emilio Carbonell, con el 48 Enrique Paredes y con el 55, Damian Neme, todos estos con Ford. Y dos patagónicos mas, aunque del norte: Arturo Kruuse, de Zapala y Félix Heredia, de General Roca.


Ricardo Rissatti, el fantástico velocista de Laboulaye, recibe la bandera
a cuadros que lo consagra ganador del Gran Premio de 1938.
(Fotografía:  Revista Corsa)

La primera etapa, hasta Santa Rosa, fue un monólogo de Enrique Diaz Saenz Valiente, un "cajetilla" de Barrio Norte que corría bajo el seudónimo de "Patoruzu" y sabía acelerar muy bien. Pero su intención era solo ganar la primera etapa, asi que terminada esta emprendió el regreso a Buenos Aires, abandonando la carrera.
Hasta allí, Paredes aparecía el el decimotercer lugar, Carbonell estaba en el puesto 16, Damian Neme en el 40 y Aristeo Rapallini en el 60.
La segunda etapa fue hasta Mendoza, con Pedro Yarza delante y una buena actuación de Emilio Carbonell, que le permitió trepar hasta el decimocuarto lugar en la general. El resto de los hombres del sur también subía: 29º Neme, 31º Paredes y 47º Rapallini.
Despues hasta Santiago de Chile, cruzando la cordillera. Manejo puro, a pura caja y una actuación memorable del sarmientino Damian Neme que se quedó con el noveno lugar en el tramo y trepó hasta el puesto 17 en la general.
Mas atras, en el puesto 34 estaba Paredes y 40º Rapallini. La gran desazón fue de "Poroto" Carbonell, detenido definitivamente en Uspallata.
La cuarta etapa marcó el abandono de Aristeo Rapallini y la quinta el de Enrique Paredes, al tiempo que un hombre de General Roca comenzaba a sorprender a todos: Felix Heredia, ganador del tramo y segundo en la general. .
La gran carrera había transitado de Buenos Aires a Mendoza, luego Santiago de Chile, Temuco, reingresó a la Argentina por Neuquén, luego pasó por Bariloche, por Esquel y llegó a Comodoro Rivadavia en el fin de la octava etapa que ganó Julio Pérez corriendo por arriba de los 91 km/h.
A esta altura mandaba en la carrera Pedro Yarza y de Chubut solo quedaba Neme  que se mostraba orgulloso en el vigésimo puesto.
Tras el descanso para hombres y máquinas, el Gran Premio se fue hacia Viedma, y luego a Tandil, para finalizar en La Plata.
Angel Lo Valvo, corriendo bajo el seudónimo de “Hipomenes” ganó aquella carrera adelantándose a los otros 18 autos que llegaron al final. Detrás del hombre de Ford, una legión de Chevrolet, con Julio Pérez, segundo; Pedro Yarza, tercero y Tadeo Taddía, cuarto. Y otra frustración gigantesca de Damian Neme que otra vez debió abandonar muy cerca del final, en la décima etapa, en cercanías de Tandil.

En 1940 el Gran Premio Internacional del Norte fue una larga y exasperante exigencia. De Buenos Aires a Lima, en el Perú y regreso a Buenos Aires. Trece etapas, 9445km. Apenas tres días de descanso; uno en Lima y dos en Tucumán, al ir y al volver. Con dos tramos, el de apertura y el de cierre, demoledores, de mas de 1300 kilómetros.

Todo comenzó el 27 de septiembre de 1940, frente a la cancha del club River Plate, en la avenida Centenario (hoy Figueroa Alcorta). Y allí estuvieron dos pilotos comodorenses con su ilusión a cuestas: Con el N° 31, el Ford de José Rozas Ferre, acompañado por Juan Bautista Fernández y con el N° 76 Emilio “Poroto” Carbonell, en otro Ford, acompañado por Edgard Smith.

La primer gran exigencia fue un largo camino de 1.312 km para unir, de una sola sentada, la Capital Federal con Tucuman, donde Rozas Ferre llegó tras 13hs27m50s de marcha ubicado en el 63° lugar a mas de 2hs30m de Juan Manuel Fangio, que hasta allí comandaba la carrera. Dos lugares mas atrás arribó “Poroto” Carbonell.

Un día de descanso en el Jardín de la Républica y a continuar viaje, rumbo a La Quiaca, a través de 644 km. Rozas Ferre comenzaba a trepar en el clasificador y ya para entonces se ubicaba en el 46° puesto en la general, a 4h06m09s del nuevo puntero que tenía la carrera: Oscar Alfredo Galvez. Carbonell, muy retrasado, con su auto herido, lograba sin embargo llegar al final de la etapa, pero ya no habría mas para el porque los problemas no pudieron solucionarse y al día siguiente no estuvo en la línea de partida de la tercera etapa, que ya en territorio boliviano unió Villazón con Potosí a través de un difícil camino de 501 km de extensión.

Muy buen trabajo de Rozas Ferre quien con un 26° puesto en el parcial lograba trepar hasta el 38° lugar en la general a 5h 36m54s del “Aguilucho” Oscar Galvez.

La cuarta etapa de Potosi a La Paz, 524 km de pura montaña con Juan Manuel Fangio ganando en tramo y recuperando la punta en la general y con el piloto de Km 5 haciendo una carrera prudente para subir cuatro lugares en el clasificador y ubicarse 34°.

La quinta etapa, la mas tremenda de la carrera, unía La Paz con Arequipa a través de 592 km de un angosto camino de cornisa, atravesando toda la Cordillera de Los Andes.

Una exigencia extrema para máquinas y pilotos que no solo requería un esfuerzo físico casi sobrehumano sino también una prueba de fuego para motores, frenos y cajas de velocidad que los hombres de Comodoro Rivadavia lograron sortear con éxito, escalando hasta el 29° puesto en la general a 7h15m49s del líder Fangio.

La sexta etapa , entre Arequipa y Nazca, marcaba el comienzo de una seguidilla de tres tramos muy veloces por rectos caminos del desierto peruano, donde la potencia y resistencia de los motores marcaba la diferencia. Rozas Ferre y Fernandez fueron 23° en este parcial, posición que repeterirían en la séptima etapa, entre Nazca y Lima para lograr avanzar hasta el puesto 25° en la general, a 8h22m25s del puntero que seguía siendo el gran Juan Manuel Fangio, con Chevrolet.

La octava etapa era un trayecto veloz y largo, desde Lima hasta Arequipa, 1022 km para transitar a fondo. Los de Comodoro Rivadavia terminaron el tramo en el puesto 28°, subiendo en la general al 25° lugar.

Y otra vez el gran esfuerzo, el cruce de la cordillera pero ahora en sentido inverso, desde Arequipa hasta La Paz para cumplir el noveno capítulo de la exigente carrera.

El triunfo parcial fue para el puntano Rosendo Hernandez mientras Rozas Ferre, en esos difíciles caminos que permitían compensar la falta de potencia con talento conductivo, lograba un muy buen 16° lugar a 45m37s del ganador del tramo. En la general los hombres de Comodoro Rivadavia ya se ubicaban 21°.

Y llegó la décima etapa, también toda de montaña, y con ella lo mejor de Rozas Ferre en toda la carrera: 13° en el tramo a solo 30m31s de Fangio y como consecuencia de ello una notable escalada en la general que a esa altura de la carrera, con 6.987 km recorridos lo encontraba en el 19° lugar.

La undécima etapa, entre Potosí y Villazón y la decimosegunda, entre La Quiaca y Tucuman, las cosas empezaron a complicarse para los hombres de la Patagonia; es que los fierros empezaban a mostrar la fatiga y el apoyo logístico no era el necesario para solucionar los inconvenientes. No obstante las dificultades Rozas Ferre y Juan Fernandez lograron llegar a Tucuman aunque perdiendo un puesto en la general.

El 11 de octubre el último capítulo de la agotadora carrera se ponía en marcha desde Tucuman con destino final en Lujan, a 1.312 km del punto de largada. A esa altura de la carrera, con 8.132 km recorridos significaba en esfuerzo monumental que los pocos sobrevivientes de la competencia harían gustosos con tal de ver la bandera a cuadros del final que premiaba el esfuerzo mas alla de la posición. Completar semejante carrera ya era una victoria.

Pero los fierros son fierros y no entienden de sentimientos, de pasión, de esfuerzos humanosa, de sacrificios…

Poco antes de llegar a la neutralización de Rosario, cuando faltaban algo mas de 300 km para el final, el motor del Ford de Comodoro Rivadavia, extenuado, plantó bandera y José Rozas Ferre y Juán Bautista Fernández vivieron la desazón de no poder llegar al final faltando tan poco y después de tanto esfuerzo.
 


Esteban Fernandino, el extraordinario piloto de Coronel Pringles, finalizando un
Gran Premio en Buenos Aires, despues de pasar por Comodoro Rivadavia
(Fotografía:  Revista Corsa)
 
Un año diferente fue 1941. Distinto. Los dos organizadores mas fuertes del país sintieron los efectos que progresivamente provocaba la Segunda Guerra Mundial. Ni el Automóvil Club Argentino organiza su Gran Premio ni el Club Atlético de Rafaela lleva adelante las 500 millas.
Mas que el combustible, el primer elemento que progresivamente paraliza o reduce la actividad es la escasez cada vez mayor de cubiertas. Y aunque son contados los coches de pista que usan neumáticos especiales, no solo los “especiales” se ven afectados; la escasez ensancha su brecha y los autos concebidos por la mecánica popular tienen que ser parados por falta de cubiertas comunes.
Escaseaban las cubiertas. No era fácil tener combustible en todas partes. Los repuestos faltaban. Practicar automovilismo deportivo en 1942, cuando el mundo llevaba casi tres años de una guerra poco menos que total, fue todo un prodigio o una locura, según se mirara. Correr el Gran Premio, mucho mas.
Es que aquellos hombres pagaban hasta lo que no tenían para preparar su coche. Sin fijarse en lo que podría costarles. Pero los círculos se reducían, las esperanzas se achicaban. Aunque todavía quedaba un rincón de cielo para soñar… y estaba al sur.


El incomparable Juan Manuel Fangio y su Chevrolet, transitando
los caminos patagónicos durante el Gran Premio de 1948.
(Fotografía:  Diario La Nación)
Todo costó mucho esfuerzo para hacer el Gran Premio del Sur de 1942, sin embargo el esfuerzo de todos lo hizo posible. Especialmente la dedicación puesta de manifiesto por la Comisión de Esquel, que aunque cueste creerlo fue la organizadora de la prueba.
La carrera fue planeada en diez etapas, sobre 7192 kilómetros, con dos días de descanso. El 24 de enero en Esquel y el día 30 en Comodoro Rivadavia.
La primera etapa se corrió entre Mercedes (Buenos Aires) y General Pico, en La Pampa. Luego, los audaces pilotos fueron hasta General Roca y la tercera terminó en Esquel.
Hasta allí, el comodorense José Rozas Ferre cumplió una notable actuación que lo mostraba en el décimo lugar de la general que por entonces tenia en la delantera a Esteban Fernandino, el magnifico correcaminos de Coronel Pringles.
Después, camino a San Julián, el Ford de Rozas Ferre dijo basta y la carrera se acabó para el.
De San Julián la caravana siguió hasta Río Gallegos, desde allí a Punta Arenas, luego a Puerto Deseado y finalmente, el 30 de marzo, a Comodoro Rivadavia.
Este parcial fue el segundo éxito consecutivo del sorprendente Ricardo Harriague, aunque Fernandino mantenía la punta en la general perseguido por el eterno Hilario Blanco.
En este segundo día de descanso que tenia la carrera, los autos quedaron en Parque Cerrado custodiados por personal de la Subprefectura Marítima mientras los pilotos disfrutaban de un agasajo realizado en una corta mesa, porque apenas 14 hombres se mantenían en carrera.
Después vino la etapa a Viedma y el remate hasta Bahía Blanca, con solo 14 autos de los 60 que iniciaron la carrera clasificados en el final.
El triunfo fue para Esteban Fernandino que totalizo 78h57m6s, seguido de Harriague y Daniel Musso.
Muchos años después se recordaría con gratitud al grupo de pobladores de Esquel que, en comisión, trabajó para que ese Gran Premio fuera posible.
Corrían tiempos en los que era difícil tener un auto. El país vivía, agobiado, la carencia de repuestos. La situación en el mundo era cada vez mas preocupante. Aquellos quijotes de los caminos se despidieron del automovilismo, momentáneamente, con una página épica en el sur. Como para que nadie la olvidara nunca mas.
Hasta el 6 de noviembre de 1949, cuando desde la sede del Automóvil Club Argentino, se ponía en marcha uno de los más fantásticos grandes premios que se haya corrido. Doce etapas, para desandar casi 12.000 kilómetros de camino, recorriendo el país entero, de una punta a la otra, pasando por Comodoro Rivadavia, adonde se llegó el primer día, andando 1800 kilómetros de carrera de una sola sentada.
El Gran Premio, de por si, tenía un atractivo especial, pero en este caso el interés patagónico se vio incrementado por la participación de cuatro hombres de estas tierras.
De Río Gallegos, con el número 54, José Muñiz; de Puerto San Julián, con el 118, José Cristian y de Comodoro Rivadavia, con el 48, Emilio Carbonell, acompañado de Jorge Cervera y con el 55, José Rozas Ferre, con Cesar Kesen a su lado.
La larga fila de 120 autos que se encolumnó en la avenida del Libertador, en Buenos Aires, para iniciar la carrera, comenzó a ponerse en marcha cuando, a las cero horas, la bandera argentina le dio la señal de partida a la máquina número 1, conducida por el incomparable Oscar Alfredo Gálvez.
A las 0h24m arrancó Carbonell; a las 0h 27m lo hizo Muñiz; treinta segundos después de éste, Rozas Ferre y a las 0h 59m José Cristian.
Con “el fierro a la tabla” por la ruta 3, rumbo a Cañuelas y luego San Miguel de Monte, por donde Juan Gálvez era puntero y los comodorenses se ubicaban trigésimo cuarto Carbonell y trigésimo noveno Rozas Ferre. Preste atención, “Poroto” había ganado catorce posiciones y Rozas dieciséis; no estaba mal.
Por Las Flores, Juancito, firme, intentaba escaparse en la punta, mientras Rozas Ferre se mostraba como el patagónico mejor ubicado en el puesto treinta y dos. Ya no estaba José Cristian, que algunos kilómetros antes de ese control sufrió un vuelco espectacular, sin consecuencias físicas pero con daños importantes en el auto que le impidieron seguir.
De allí hasta Azul, donde quedaban detenidas las ilusiones de Carbonell, por culpa de un block de cilindros fisurado.
Luego Benito Juárez, Tres Arroyos, Coronel Dorrego y Bahía Blanca, donde una traicionera curva del camino acabó con la vida de Avelino Marinelli, destrozado entre los hierros retorcidos de su máquina. Una vez más, el automovilismo cobraba su cuota de horror.
Y por fin Comodoro Rivadavia, que poco antes de las cinco de la tarde recibía en kilómetro 11 al azul Ford de Juan Gálvez, ganador absoluto de la etapa, seguido por Juan Manuel Fangio, Eusebio Marcilla y Daniel Musso. Muñiz y Rozas Ferre, en soberbias actuaciones, llegaron en el décimo y decimonoveno lugar, respectivamente.
Por dos días, Comodoro Rivadavia fue una fiesta y el epicentro del automovilismo nacional. El Gran Premio estaba en sus calles, en la gente, en el ambiente, con los comodorenses hablando solo de eso, con los talleres funcionando a pleno y con el ánimo predispuesto para la admiración de aquellos hombres, que lejos de descansar, trabajaban mucho mas cuando no estaban corriendo.
Como aquel mecánico increíble y guerrero inclaudicable llamado Oscar Gálvez, que en Comodoro Rivadavia comenzó a escribir la histórica proeza de continuar la carrera “cosiendo” el block de su Ford con soldadura, para solucionar una fisura. Y así dio la vuelta y terminó tercero.
El 8 de noviembre, el Gran Premio se fue. Desde el Hogar Escuela (hoy Liceo Militar General Roca), por entonces en construcción, los hombres del volante emprendieron la marcha rumbo al sur, con la proa puesta en dirección a Río Gallegos.
A las 6 de la mañana arrancó Juan Gálvez, quien 47 minutos después estaba pasando por Caleta Olivia. Recuerde que no era la ruta de hoy, ni los autos de hoy. Ese tiempo era casi de ciencia ficción.
A las 6h09m arrancó Rozas Ferre, ovacionado por el público que premiaba su trabajo de la primera etapa, donde había ganado treinta y seis lugares, en un trabajo que sin embargo, todavía no había alcanzado su pico más alto.
El final en Gallegos, con Fangio ganando la etapa, aunque sin poder desalojar de la punta a Gálvez, que seguía mandando en la general y Muñiz en noveno lugar y Rozas Ferre décimo en el parcial, para trepar al décimo y decimoséptimo lugar en la general, respectivamente, entre 66 clasificados.
Dos días después el tercer tramo, hasta Río Mayo, donde se completaban 3.858 kilómetros de carrera. Juan adelante, Fangio en la persecución, Muñiz noveno y el de Comodoro Rivadavia, que no tuvo una buena etapa, decimosexto.
Por Bariloche, punto final de la cuarta etapa, todo seguía igual en la punta, pero mientras Muñiz, con muchos problemas, descendía al puesto veinticuatro, Rozas Ferre, en soberbia actuación trepaba al decimosegundo lugar, tras 4.514 kilómetros de marcha.
El quinto tramo, hasta Zapala, con Rozas Ferre que ya no era sorpresa, sino una maravillosa confirmación, subiendo hasta el noveno lugar en la general.
Le pido que se detenga aquí un momento para valorizar adecuadamente el desempeño del piloto de Comodoro Rivadavia. Delante de él, estaban estos nombres: Juan Gálvez, Juan Manuel Fangio, Eusebio Marcilla, Daniel Musso, el puntano Rosendo Hernández, Oscar Gálvez, Guido Maineri y Angel de Rozas. Cualquiera de esos hombres era un potencial ganador y su sola mención imponía respeto. Detrás de Rozas Ferre, el mendocino Víctor García, Angel Lo Valvo, Manuel Cobas, Jorge Descotte, Julio Devoto, el pampeano Juan Marchini, Ernesto Baronio. Estos también eran temibles. En medio de todos ellos, la flor y nata del automovilismo argentino, un humilde piloto de Comodoro Rivadavia que saltaba a la consideración general con una actuación memorable.
La sexta etapa de aquel Gran Premio, unió Zapala con Mendoza, completando un total de 5.902 kilómetros de carrera. Juan Gálvez, siempre adelante, perseguido por Fangio, con Rozas Ferre cayendo al undécimo lugar y Muñiz ubicándose vigésimo primero.
Luego a La Rioja y después a Jujuy, donde, con 8.000 kilómetros de camino andado, el comodorense comenzaba a sentir la falta de un apoyo logístico adecuado y a retrasarse por problemas de solución nada fácil.
La novena etapa, entre Jujuy y Resistencia, fue un calvario para Rozas y Kesen. Es que a la altura de Pampa de los Guanacos, cuando el Ford marchaba a gran velocidad, una inoportuna mula se cruzo en su camino y el impacto fue inevitable. Consecuencia, el radiador roto en el medio de la soledad santiagueña, con el desierto cubriendo todo lo que abarcaba la mirada. Pero aquellos hombres no claudicaban jamás, y con la ayuda de algunos lugareños y el ingenio puesto a funcionar, Rozas y Kesen emparcharon el radiador y lograron llegar a Resistencia, aunque con varias horas de atraso y descendiendo al vigésimo lugar en la general.
Luego el viaje hasta Cataratas y el 25 de noviembre, la penúltima etapa, desde Iguazú hasta Paso de los Libres.
Aquellas fantásticas carreras, que constituían casi una epopeya, no siempre premiaban el esfuerzo y muchas, dejaban a los hombres con el sabor amargo de la peor de las derrotas: el abandono que impedía ver la bandera a cuadros del final.
Era el destino que habían tenido hasta esta altura de la carrera, noventa y dos ilusiones que partieron de Buenos Aires y quedaron a un costado del camino. Fue el destino que le tocó a Rozas Ferre a 250 kilómetros de la largada de la etapa, cuando la caja de velocidades virtualmente explotó y lo dejó a pie. Ya nada se podía hacer, la carrera había terminado para ellos.
Después vendría la última etapa, hasta Buenos Aires, donde Juan Gálvez se consagraría ganador, seguido por Fangio, Oscar Gálvez, Maineri, Descotte, el chileno Lorenzo Varoli, Víctor García y otros, hasta llegar al decimoséptimo lugar que ocupó José Muñiz.
Una semana después, José Rozas Ferre y Cesar Kesen, llegaron a Comodoro Rivadavia tan silenciosamente como se habían ido, pero esta vez, una multitud los esperaba en el centro de la ciudad para ovacionarlos, casi como si hubiesen ganado la carrera. Fue ese el premio mayor que estos hombres recibieron.
En 1951 el Gran Premio transitó exclusivamente por caminos del norte. Pese a ello, tres hombres de la región se fueron a correrlo: Jose Rozas Ferre, de Comodoro Rivadavia; José Vazquez (Pepe Ruso), de Trelew y José Muñiz, de Río Gallegos.
Aquel Gran Premio, que transitó por Santa Rosa, San Juan, Cordoba, Tucuman, Oran, Santiago del Estero, Formosa y final en Santa Fe, fue ganado de punta a punta por el inolvidable Juan Galvez.
Los hombres del sur no tuvieron gran suerte. Pepe Ruso se quedó en la segunda etapa, antes de llegar a San Juan y Jose Muñiz y Rozas Ferre terminaron su aventura en la séptima, cerca de Formosa, cuando marchaban 36º y 53º, respectivamente, en la general.
En 1954 fueron dos hombre del sur los que se aventuraron con la gran carrera: de San Julián, con el Nº 39, José Christian con Miguel López de acompañante y de Comodoro Rivadavia, Ramón Lorenzo con Antonio Saavedra, con el Nº 72, ambos con Ford.
Aquel Gran Premio, corrido entre el 15 y el 24 de octubre, tuvo una primera etapa larguísima y complicada entre Buenos Aires y Resistencia, a traves de 1.628 km corridos bajo una lluvia torrencial, especialmente en el último tramo.
Y en esa primera etapa que ganó Daniel Musso a mas de 122 km/h de promedio, Christian fue 25º y Ramón Lorenzo terminó en el puesto cuarenta.
La segunda etapa fue de Resistencia a Salta, con un recorrido de 1.132 km y victoria para Oscar Alfredo Galvez con el Ford que lograba trepar hasta el tercer puesto en la general que encabezaba Musso. Aqui, los hombres del sur cumplian con creces: Christian noveno en el tramo y Lorenzo decimoquinto, para avanzar, el de San Julián al puesto once en la general y el de Comodoro Rivadavia hasta el vigesimocuarto lugar.
La tercera etapa muy dura, 546 km de pura montaña, entre Salta y Catamarca. Triunfo contundente de Oscar y otra buena actuacion de Christian y Lorenzo, que ocuparon los puestos doce y diecisiete respectivamente.
El cuarto tramo también dificil, entre Catamarca y Mendoza, a traves de 720 kilómetros. Otra victoria parcial de Oscar Galvez que alcanzaba con ello el primer puesto en la general seguido por Guido Maineri a poco menos de seis minutos.
José Christian, en una actuación extraordinaria conseguía el séptimo puesto en la etapa y escalaba al octavo lugar de la general. Con menos espectacularidad, Ramón Lorenzo era vigésimocuarto en la etapa y se colocaba vigesimo segundo en la general. No estaba mal.
La quinta y última etapa fue entre Mendoza y Buenos Aires, a traves de algo mas de 1.400 kilómetros. Triunfo parcial de Ernesto Petrini con Oscar Galvez en el quinto lugar, cuidando todo para quedarse con la victoria general del Gran Premio.
La desazón para Ramón Lorenzo que quedó detenido a un costado del camino sin poder alcanzar la bandera a cuadros a diferencia de José Christian que con un maravilloso quinto lugar en la etapa logró acceder al sexto puesto en la clasificación final, la mejor ubicación que un hombre de las tierras del sur haya conseguido jamás en un Gran Premio.
La última participación de pilotos de Chubut y Santa Cruz en un Gran Premio de Turismo de Carretera se dió en el año 1957 cuando José Christian y Miguel Lopez de San Julán y Juan Bautista Fernández con Vicente Lioi, de Comodoro Rivadavia, iniciaron la gran carrera en Buenos Aires.
Sin pena ni gloria, Christian apenas pudo recorrer unos pocos kilómetros y abandonó en la primera etapa sin poder repetir las muy buenas actuaciones de ediciones anteriores. Por su parte Juan Fernández, con un medio mecánico muy lejano a lo que se necesitaba para pelear algo importante se debatió en el fondo del clasificador con el solo objetivo de llegar al final, cosa que no pudo lograr porque en la última etapa los fierros dijeron basta y su auto quedó detenido en la banquina de algún camino de la provincia de Buenos Aires.
Fue la última participación de pilotos de la región en esa carrera inolvidable que fue el Gran Premio.
La realidad empezaba a mostrar que el automovilismo rutero avanzaba demasiado rápido y a los patagónicos, muy lejos de todo por entonces, les costaba seguir ese ritmo.
Sin embargo no todo era en vano. Aquellas incursiones sirvieron especialmente para motivar a los fierreros comodorenses que comenzaron a lanzarse a los caminos y las pistas de la región.
Asi hacen su aparición en la escena zonal los Ford T Semipreparados y la Fuerza Limitada, que sumados a lo autos tipo Gran Premio llenaron de pasión y velocidad la agreste tierra patagónica y construyeron los  primeros ídolos.
El automovilismo aparecía con fuerza en esta parte del país y nombres como los de Juan Bautista Fernández, “Pepe Ruso”, Luís Verdeal, Selin Kesen, Nazareno Matélica, Gerardo Castillo, “Panchito” Smith, José Corredera, Argentino González, el “Cholo Tandil”, Pedro Sancha, Américo Blanco Brid y tantos otros, comenzaban a ser populares e instalarse en el gusto de la gente.
Multitudes vivían las carreras al costado del camino y lentamente el automovilismo transitaba la década del 50. Sería en esos años y los posteriores que empezaría su organización definitiva.






2 comentarios:

  1. Muy interesante.
    Gracias por compartir toda esta informacion.
    Saludos desde Bs As.
    Federico.

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    1. www.youtube.com PASION FIERRERA PIQUENSE
      www.facebook.com ALDO FLAQUER
      (te invitamos a conocer nuestro face fierrero y la réplica de la Ford 1939 de Juan Marchini, el piloto de Gral.Pico, saludos).

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