lunes, 24 de enero de 2011

LAS VACAS FLACAS

En 1954 el parque automotor argentino se integraba con 564.000 unidades, todas ellas importadas. El 60% tenía más de diez años de uso y teóricamente correspondía un automotor cada 43 habitantes, según los datos del boletín del Automóvil Club Argentino, de octubre de ese año.
La falta de dinero comenzó a frenar buena parte del impulso de la actividad en todo el país y por ende también en Comodoro Rivadavia.
Un ejemplo bien claro lo proporcionó el calendario nacional, con una tercera parte de carreras menos que en 1953, hecho a medida que corría el tiempo.
Paradójicamente aquel año fue el más brillante que haya tenido jamás el automovilismo argentino a nivel internacional. Las tres escuderías más importantes del mundo, tenían a argentinos como pilotos número uno: Mercedes Benz a Juan Manuel Fangio, Ferrari a José Froilan González y Maseratti a Onofre “Pinocho” Marimón. El final de la temporada de Formula 1 pondría en manos de hombres de estas tierras, el campeonato y el subcampeonato, con Fangio y González, respectivamente.
Dos imágenes de un auto bellísimo, el Ford de Ramón Lorenzo.
En la foto, corriendo en el circuito 17 de Octubre, cerca de Caleta Cordova
(Fotografía:  Foto Roselló)

En Comodoro Rivadavia, si el 53 había permitido la realización de dieciocho competencias, en un fantástico proceso de integración regional, este año amenazaba con dejar sin vida la actividad, que recién por el mes de octubre pudo concretar una presentación en Jaramillo para los Ford T, que luego volverían a entrar en letargo.
Precisamente el 17 de octubre, los pilotos de Comodoro Rivadavia se adueñaron del podio en la competencia corrida en la pequeña localidad santacruceña, ofreciendo uno de los capítulos más espectaculares del automovilismo de aquellos años.
Gerardo Castillo, a un promedio de 75,770 km/h, se quedó con la victoria al cabo de cuarenta vueltas, aventajando por apenas dos segundos a Juan Fernández y por cuatro segundos a Américo Blanco Brid, segundo y tercero, respectivamente.
Mas atrás quedaron Enrique Russo, de Río Gallegos; Manuel Navarro, de Jaramillo; José Leonori, de kilómetro 8; el comodorense Nazareno Matelica y Julio Peña, de Cerro Blanco.
Esa carrera de Jaramillo hubiese sido todo lo de 1954, de no haber mediado la voluntad y el empeño de los dirigentes del TYPAC, quienes desafiando todas las dificultades programaron, en el mes de mayo, una carrera válida por el campeonato argentino de carreteras.
Prevista para el 23 de mayo, la competencia despertó enorme expectativa apenas anunciada. Grandes figuras del automovilismo nacional y los máximos exponentes de la actividad regional mostraron de inmediato su intención de tomar parte de la prueba.

Daniel Musso, un grande de su época, corriendo en el circuito 17 de
Octubre de Comodoro Rivadavia, en 1954.
(Foto:  Revista Corsa)
Ernesto Petrini, aquella recordada figura que tuvo el automovilismo argentino que ya había venido varias veces a correr a Comodoro Rivadavia, fue de los primeros en anotarse, junto al comodorense Selin Kesen.
Luego fueron Ernesto Baronio, Ernesto Blanco, Eugenio Módica, Adolfo Sogoló, Alberto Núñez, Félix Peduzzi, Alberto Logulo, Julio Devoto, Francisco de Ridder y Alberto Tarulli, entre los de afuera y José Muñiz (Río Gallegos), Ivon Ravetta (San Julián), “Pepe Ruso” (Trelew), José Cristian (San Julián), Carlos Lorenzo, Natalio Doria, Luís Verdeal y Cesar Kesen, entre los patagónicos, quienes registraron su inscripción.
El circuito elegido fue el “17 de Octubre”, emplazado en las cercanías de Caleta Córdova, aunque en esta ocasión se introdujeron modificaciones que lo acortaron de los 11.300 metros originales a algo más de 10.000 metros. De ese recorrido, 3.100 metros eran de asfalto y el resto del difícil ripio patagónico. Los pilotos deberían recorrerlo en 28 oportunidades, para totalizar 305 kilómetros de carrera.
Mientras se ultimaban los preparativos y se ajustaban todos los detalles en Comodoro Rivadavia, en la Capital federal, el Automóvil Club Argentino designaba, nada mas ni nada menos, al Dr. Fernando Nery, para actuar como Comisario Deportivo, quien arribó a la Capital del Petróleo el 20 de mayo e inició de inmediato las acciones necesarias para la correcta fiscalización de la carrera.
Todo estaba preparado para la gran fiesta. Para el comienzo de una carrera que Comodoro Rivadavia ya palpitaba. Sin embargo, la desgracia puso su sello cubriendo el ambiente de angustia, apenas 48 horas antes de la largada.
El 21 de mayo, mientras probaba su máquina en el circuito, sufrió un fuerte accidente Cesar Kesen al chocar de frente contra un camión cargado con pedregullo, hecho que dejó un lamentable saldo de cuatro heridos.
Si bien en los primeros momentos se temió que la cosa fuera mas seria, pasando las horas la salud de los accidentados fue evolucionando favorablemente, devolviendo la calma a la afición automovilística.
Pero dejemos que sea el cronista de aquel tiempo quien nos narre los sucesos.
“Ayer a las 16.30 aproximadamente, ocurrió un accidente de graves consecuencias en la localidad de Santa Juana, en circunstancias que el volante Cesar Kesen probaba la máquina en que iba a tomar parte en la competencia del domingo próximo 23 del actual, organizada por el Club Tiro y Pelota.
A la hora indicada, el coche piloteado por Kesen, lanzado a gran velocidad en el circuito “17 de Octubre” en las inmediaciones de Punta Novales, al tomar una curva pronunciada, fue a embestir violentamente contra un camión que venía en dirección contraria guiado por Pedro Martínez.
La violentísima colisión se produjo al tomar la curva Kesen hacia la izquierda, en una pendiente que termina en un “lomo de burro” que dificultaba la visión e impedía prácticamente divisar al otro vehículo que transitaba la ruta y que era un camión de tres toneladas playa, cargado con pedregullo.
El coche de Kesen fue a dar de frente y a gran velocidad contra el camión, lo que agravó el accidente.
A consecuencia del hecho resultaron con lesiones de pronóstico reservado Kesen y sus acompañantes; Kesen con fractura de fémur y principio de conmoción cerebral; José Barría con conmoción cerebral con pronóstico reservado; Juan Ferre con traumatismo varios y Ventura Ruiz con fractura de fémur, siendo asistidos de inmediato y trasladados al hospital de Santa Juana. En cuanto al conductor del camión, resultó ileso” (El Rivadavia, 21 de mayo de 1954).
Finalmente la carrera, largamente esperada, se puso en marcha a las dos de la tarde del domingo 23 de mayo. Alberto Logulo, el piloto marplatense, abriendo el camino con el auto número uno.
Por inconvenientes mecánicos no fueron de la partida Selin Kesen y Alberto Tarulli, con lo que el lote de participantes quedó reducido a doce máquinas.
Planteada en forma veloz, la competencia vio a Logulo puntear en los primeros tramos, perseguido por aquel fantástico velocista de Villa Ballester que fue Félix Alberto Peduzzi, quien poco después se detuvo y retrocedió hasta la séptima ubicación.
Al cumplirse el quinto circuito Logulo mantenía la punta, seguido, en soberbia actuación, por “Pepe Ruso” y mas atrás Sogoló, Petrini y Baronio.
El marplatense, que luego de las tres primeras vueltas se afirmó en la punta, aumento la ventaja en los giros posteriores, para liderar con comodidad en el décimo. Mientras tanto Petrini, que había tenido un notable avance hasta el tercer lugar, abandonó en la novena vuelta, permitiendo el ascenso a ese puesto de un joven y ambicioso Francisco de Ridder, que intentaba darle caza a “Pepe Ruso”. Mas atrás Baronio, Peduzzi, remontando tras la detención y el riogalleguense José Muñiz.
Fue en la vuelta quince que comenzaron a morir lentamente las ilusiones de “Pepe Ruso”, cuando una falla en el motor de su máquina comenzó a retrasarlo, mandándolo al quinto lugar, detrás del puntero, Peduzzi, de Ridder y Sogoló.
El toque de emoción llegó en la vuelta dieciséis, cuando una falla en el auto de Logulo lo obligó a detenerse y perder algo mas de un minuto. Allí, De Ridder tomó la punta de la carrera, se arrimaron Sogoló y Peduzzi y la cosa se puso emocionante.
Pero en la vuelta diecinueve, una inoportuna piedra rompió el parabrisas de la máquina de De Ridder y este debió detenerse, resignando la posibilidad de alcanzar su primer triunfo en la máxima categoría nacional.
A esta altura, Logulo había recuperado la punta, Sogoló, en soberbia actuación se ubicaba segundo y Peduzzi, tercero.
Así entraron a los dos últimos giros. Momento de quemar todos los cartuchos, de echar el resto. Los tres lo entendieron así y se planteó una lucha formidable, que casi sobre la raya de sentencia se definió a favor de Logulo, quien ganó la carrera por apenas un segundo de ventaja sobre Adolfo Sogoló y 2m18s sobre Félix Peduzzi. ¡Un carrerón!
¿Y los pilotos patagónicos? “Pepe Ruso”, penando, terminó cuarto a 2m39s; José Cristian, el de San Julián, fue séptimo, muy lejos y el resto no pudo ver la bandera a cuadros.
Logulo ganó corriendo a 98,143 km/h, mientras que Peduzzi se quedó con el récord de vuelta, en 6m10s a 106,540 km/h, establecido a solo dos vueltas del final, cuando la lucha por la victoria alcanzaba su máxima temperatura.
En el mes de agosto, el Automóvil Club Argentino anunció la realización del Gran Premio “Bodas de Oro” para Turismo de Carretera, sobre algo más de 12.000 kilómetros a desandar en treinta días, atravesando la Patagonia con final de la cuarta etapa en Comodoro Rivadavia. Era casi una locura en ese momento. Nadie podía correrlo. No lo corrió nadie.
La exigencia debió ser achicada para ponerla al alcance de la gente, que tenía los bolsillos cada vez más flacos. En definitiva se armó la carrera con un mapa de 5.300 kilómetros, amortizados en diez días por caminos del norte. Afuera quedó la Patagonia y Comodoro Rivadavia.
A todo esto, el TYPAC, siempre dispuesto a encarar las empresas mas difíciles, aun desafiando la dura situación económica de la época, resolvió patrocinar la participación de un piloto comodorense en la gran carrera. Pensando primero en un Gran Premio por el sur; sosteniendo después la decisión, aunque la competencia se corriera por los lejanos caminos del norte.
Ramón Lorenzo, notable piloto de aquel tiempo singular, fue el elegido para representar oficialmente a la institución y la ciudad.
Fiel a su costumbre de hacer las cosas bien, la dirigencia del TYPAC reunió a los pilotos locales con máquinas del tipo Gran premio, para que ellos mismos eligieran al representante local.
Natalio Doria, José Rozas Ferre, Luís Verdeal, Carlos Lorenzo, Tito Lorenzo y Selin Kesen, entre otros, eligieron por unanimidad a quien resultaba uno de los mas encumbrados volantes de entonces y se dedicaron luego a planificar, sin egoísmos y con pasión, como corresponde a verdaderos hombres del deporte, aspectos relacionados con la asistencia en carrera para el piloto comodorense.
El 15 de octubre, a las cero horas, se puso en marcha desde la sede del ACA, en Buenos Aires, el Ford azul con el número uno, de Juan Gálvez, apuntando su trompa hacia Córdoba.
Las ilusiones de los lejanos pobladores de la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia, viajaban en otro Ford, este con el número 72, conducido por Ramón Lorenzo, quien llevaba al joven mecánico de General Mosconi, Antonio Saavedra, como acompañante. En algún punto del camino esperaban Avelino González y Di Carlo, a bordo de una chatita cedida por la firma Carcamo y Di Carlo, para oficiar de auxilio en la ruta.
Antes, con el número 39, había partido otro representante de estas tierras que tomó parte en la carrera cumpliendo una actuación memorable: el piloto de San Julián, José Cristian.
Al cabo de 1.633 kilómetros de carrera, la mayor parte de ellos corridos bajo una torrencial lluvia, luego de transitar por Córdoba y Santa Fe, Daniel Musso, el volante de Lujan, ganó la primera etapa, hasta Resistencia, en 13h17m57s.
En el 25° lugar arribó José Cristian y penando mucho, aunque sin claudicar, a las 22h13m52s llegó Lorenzo a la capital del Chaco, en el cuadragésimo lugar.
El descanso y otra vez al camino. Desde resistencia hasta Salta, pasando por Santiago del estero y Tucumán. Con Oscar Gálvez ganando la segunda etapa y Daniel Musso manteniendo el liderazgo en la general. Con José Cristian undécimo en el tramo y Lorenzo llegando tarde pero seguro a Salta.
El día 20, mas distancia, mas camino por hacer, mas federalismo por consumar. Una de las más difíciles etapas que tuvo aquel Gran Premio. Desde Salta hasta Catamarca a través de 500 kilómetros. Mil curvas. Mil rebajes. Manejo puro, el que exige la montaña.
Allí fue lo mejor de Ramón Lorenzo. Decimoséptimo en el tramo, demostrando que cuando las largas rectas desaparecían y el camino equiparaba las chances, exigiendo frenar y doblar y cambiar y otra vez a acelerar, para volver a frenar y doblar, podía entreverarse con los mejores, sin complejos.
En la etapa fue otra vez victoria para Oscar, que descontaba pero aún no podía superar a Daniel Musso en la general. En el decimosegundo lugar, ya sin sorpresa, José Cristian, avanzando a paso firme.
Cuarta etapa, desde Catamarca hasta Mendoza, pasando por La Rioja y San Juan. A las seis de la mañana la caravana se puso en marcha para ver ganar en el final, otra vez a Gálvez, que por fin alcanzaba el primer lugar en la general, favorecido por el abandono de Musso.
La etapa de la bronca para Lorenzo y Saavedra que a un costado del camino veían desvanecerse la ilusión de llegar de retorno a Buenos Aires.
¿Y José Cristian? Cada vez más arriba. Séptimo en la etapa y octavo en la general, a 4h20m del “Aguilucho”.
El último esfuerzo. Desde Mendoza a Buenos Aires. Ernesto Petrini ganó el parcial y Tito Gálvez la carrera.
Con Cristian rematando su extraordinaria actuación con un cuarto puesto en la etapa que le permitió trepar hasta el sexto lugar en la general final, delante de nombres tales como los de Tadeo Taddia, Ernesto Petrini y Juan Marchini y superado solo por Oscar Gálvez, Guido Maineri, Juan Garavaglia, Manuel Cubillos y Pablo Facchini, en ese orden.
Fue la mejor actuación que un piloto de estas tierras haya cumplido jamás en un Gran Premio de Turismo de Carretera.
El Gran premio de 1954. Aquel que iba a venir al sur a culminar su cuarta etapa en Comodoro Rivadavia. El que motivó un movimiento de apoyo a un piloto local que con tanta hidalguía y entusiasmo, como pocos recursos, nos representó. El que sirvió para demostrar, a través de los dirigentes del TYPAC, que no hay imposibles cuando sobra esfuerzo, sacrificio, ganas, voluntad y vocación de trabajo canalizadas por el conducto adecuado.
Por fin, el año 1954 terminaba. Casi no hubo actividad y se soñaba con que el siguiente fuera mejor. No fue así y el automovilismo comodorense siguió viviendo, por varios años, el tiempo de las vacas flacas.

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